La virgen de La Salette

La virgen de La Salette

Palabras de la Santísima Virgen en el secreto de La Salette:

«Hago un llamamiento urgente a la tierra. Llamo a los verdaderos discípulos del Dios viviente y reinante en los cielos. Llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre, único y verdadero Salvador de los hombres. Llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que se entregaron a mí para que Yo los condujera hacia mi divino Hijo, a los que llevo, por así decirlo, en mis brazos, a los que han vivido de mi espíritu. En fin, hago un llamado a los apóstoles de los últimos tiempos, los discípulos de Jesucristo, que han vivido en el desprecio del mundo y de sí mismos, en la oración y en la mortificación, en la castidad y la unión con Dios, en el sufrimiento y en desconocimiento del mundo. Es tiempo de que ellos salgan e iluminen la tierra…

Vayan y muéstrense como mis queridos hijos. Yo estoy con ustedes y en ustedes, siempre que su fe sea la luz que los ilumine en estos días de desgracia, y que su celo los haga hambrientos de la gloria y la honra del Dios Altísimo…». (P. Dehon, ESC 2/165)

En La Salette, la Santísima Virgen se quejó de los religiosos y sacerdotes. Señaló entre algunos la irreverencia y el sacrilegio en la celebración del santo sacrificio, el amor al dinero, a los honores, a los placeres, la impureza, la falta de celo y el olvido de la oración (ver el secreto publicado en Nimes con el visto bueno de Monseñor el Obispo de Lecce).

Sobre la publicación de este secreto de La Salette, Monseñor de Lecce escribió: “Las quejas de nuestra Madre misericordiosa y los reproches dirigidos a los pastores y ministros del altar no carecen de razón; y no es la primera vez que el cielo dirige al clero semejantes reproches destinados a hacerse públicos.

Los encontramos en los salmos, en Jeremías, en Ezequiel, en Isaías, en Miqueas, etc. ; en las obras de los Padres y de los doctores de la Iglesia: san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Bernardo, etc. ; en los sermones de obispos y doctores sagrados; en varias revelaciones que se han hecho en tiempos recientes a los santos; en las cartas de santa Catalina de Siena; en los escritos de santa Hildegarda, de santa Brígida, de santa Margarita María, de Sor Natividad, de la extática de Niederbronn, Elisabeth Eppinger, de Sor María Lataste, de la sierva de Dios Elisabeth Canori Mora, etc. – Paso en silencio las revelaciones de Santa Teresa, de Santa Catalina de Génova, de María de Agréda, de Catalina Emmerich, de la Venerable Anna-Maria Taigi y varias otras”.

Muchos intérpretes de la Sagrada Escritura aplican a los sacerdotes los pasajes del Apocalipsis relativos a las estrellas del cielo que caerán arrastradas por la cola del dragón en la sexta edad de la Iglesia (capítulos 6 y 12). (P. Dehon, ESC 2/276)

La aparición

Era el 19 de septiembre de 1846. En lo alto de los Alpes, sobre una pequeña meseta rodeada de picos áridos y desnudos, no lejos de un rápido torrente, a la vista de los profundos valles del Dauphiné, dos pequeños pastores cuidaban de los rebaños de sus amos. De repente, a la hora de las primeras vísperas de la Fiesta de los Dolores de María, una celestial mensajera desciende hasta ellos. Estaba sentada sobre una piedra, lloraba y tenía la cara entre las manos. Todo su cuerpo estaba radiante de luz. Los dos niños asustados retroceden al verla. Se levanta, se acerca: “no tengan miedo”, les dice, “les traigo una gran noticia”. Los dos niños se atreven, escuchan. Les habla, les pronuncia un largo discurso y luego les confía a cada uno un secreto. Termina diciendo: “pasa estas palabras a mi pueblo” y luego se eleva al cielo y desaparece. Sin embargo, estos niños continúan cuidando sus rebaños hasta la noche. Pero habían recibido una misión del cielo y la gracia para cumplirla y no fallaron. Cuando regresan con sus amos, cuentan lo que vieron. Literalmente repiten el discurso de la celestial embajadora, grabado en su memoria por el poder del cielo. La primera parte del discurso está en francés, como ella les ha dicho. La reproducen sin entenderla. La segunda está en patois. Este es el primer milagro que prueba su misión. Son consistentes en lo que dicen. Los interrogan de mil maneras, ellos perseveran. Intentan arrancarles su secreto y ellos arrojan el oro a la cara de los tentadores que les ofrecen. Volvemos a la meseta de la aparición que es familiar para los habitantes del país y ¿qué vemos? ¡Oh maravilla! Cerca de la piedra sobre la que se había sentado la mensajera celestial, había brotado una fuente en recuerdo de sus lágrimas. Eso fue suficiente: el milagro estaba comprobado. La peregrinación a la meseta de La Salette comienza. Los habitantes del país regresan a Dios. En las pascuas siguientes, solo hubo algunas excepciones. Sin embargo, la noticia de la aparición se extendió por toda la tierra. La prensa impía hace su malvado trabajo y niega el milagro sin examinar el hecho. Pero la fe triunfa sobre la incredulidad. Los enfermos que vienen de lejos son sanados de repente, los ciegos ven, los cojos caminan, los paralíticos reviven. Un gran número de curaciones están auténticamente atestiguadas y anotadas por la ciencia y la Iglesia. Después de cinco años de observación, el obispo de la diócesis da fe del milagro. La Santa Sede autoriza el culto a Nuestra Señora de La Salette y este culto se extiende por toda la tierra. Se le erigen iglesias, santuarios, altares, en Francia, en Italia, en América, en todo el mundo… (P. Dehon, «Sermones, 1869-1871”, pp. 53-56)

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