Bautismo: 24 de marzo de 1843
Fui bautizado el 24 de marzo, en la pobre iglesia de La Capelle por el digno y venerable Monseñor Hécart que fue durante doce años el párroco y que me preparará para mi primera comunión.
El 24 de marzo, era la fiesta de un pequeño niño mártir, san Simeón. Pero fueron sobre todo las primeras vísperas de la fiesta de la Anunciación. Tuve la alegría más tarde de unir el recuerdo de mi bautismo al del Ecce venio de Nuestro Señor.
Saqué una gran confianza este acercamiento. El Ecce venio del Corazón de Jesús protegió y bendijo mi entrada a la vida cristiana. Nuestro Señor no me reprochará sin duda, ver en esto una atención de su Providencia en vistas a mi actual vocación de Sacerdote-Hostia del Corazón de Jesús.
Siempre he tenido un culto por la memoria de mi bautismo. En el colegio amaba renovar las promesas. En Roma el bello libro de los Ejercicios de Santa Gertrudis me llegó a las manos y me hizo un gran bien. Amaba utilizarlo para renovar en mí las gracias de mi bautismo. En cada una de mis vacaciones iba a hacer una piadosa peregrinación a la pila sagrada de mi bautismo y sentí una punzada en el corazón cuando la vieja urna fue enterrada en un altar y luego desapareció por completo.
Me dieron los nombres de León Gustavo.
Siempre he amado a mis santos patronos y desde hace 30 años los invoco todos los días.
Adopté como patronos a San León Magno, que supongo que es el más poderoso entre los santos de ese nombre, y a San Agustín porque el nombre de Gustavo no es nombre de santo o solo es un derivado del de Agustín. ¡Qué feliz soy de tener tan nobles y grandes mecenas, dos de los más grandes doctores de la Iglesia! Espero que luego me reciban como un amigo, les he demostrado tantas veces amistad y confianza. Me parece que recibí de ellos muchas gracias. Leo sus vidas con alegría y con profunda edificación, especialmente la de san Agustín, complementada por la de santa Mónica. Amo sobre todo de san León su gran doctrina teológica, su bello estilo, su dulzura, su dignidad, y de san Agustín su penitencia y sus lágrimas de las que quisiera apropiarme, su gran corazón, su amor ardiente a Nuestro Señor.
He ido muchas veces a venerar en San Pedro de Roma la tumba de San León Magno. Honré al mismo tiempo a los otros santos pontífices del mismo nombre que descansan allí con él. Allí celebré varias veces la Santa Misa. Una de las grandes gracias de mi vida fue la santa misa celebrada allí, en el altar de San León, el 11 de abril de 1869 en el mismo momento en que el santo pontífice Pío IX, muy devoto de san León, celebraba a unos pasos de allí, en medio de una multitud inmensa y profundamente impresionada, la misa de sus Bodas de Oro.
Busqué los recuerdos de San Agustín en Ostia y releí la hermosa página donde relata su última entrevista con su madre. Visité en Pavía su tumba tan majestuosa y artística como venerable, y allí celebré el santo sacrificio.
Mi madre amaba el nombre Léon. Me lo regaló en memoria de un angelito, mi hermano mayor, que murió a los 4 años unos meses antes de mi nacimiento. Este angelito había sido muy amado. Parece que era deliciosamente precoz, inteligente y bondadoso. Mi madre me llevaba a menudo a su pequeña tumba de mármol en el viejo cementerio. Nunca he visto a mi madre hablar de él sin llorar. Siempre he considerado a este angelito como uno de mis patronos y muchas veces lo he invocado. Mi madre amaba además el nombre de León por el santo Papa León XII, el pontífice de su infancia. Guardó a lo largo de su vida un rosario bendecido por él y entregado a ella como pensión.
El nombre Gustavo era el de mi padrino, hermano de mi padre.
Mi madrina [Julieta Agustina, nacida en 1825] fue la hermana menor de mi madre. Le estoy agradecido. Tuvo una feliz influencia en la familia gracias a la fe sólida y la devoción ardiente que había adquirido de su educación con las Damas del Sagrado Corazón en Charleville.
León Dehon, Autobiografía (NHV 1/2-5)
Dehon, amor y reparación 
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